miércoles, 22 de diciembre de 2010

Tronco de Bicicleta

La bicicleta era de hecho impactante, marco totalmente de aluminio de un color azul anodizado muy brillante, amortiguadores delanteros que al margen de su efectividad le daban un aspecto extraordinario, cambios delanteros y posteriores que le daban dieciocho diferentes velocidades, en fin era tan impresionante que no faltaban muchachos que se voltearan a mirarla como suelen volver la mirada hacia alguna chica atractiva que pase a su lado. La idea original había sido simplemente algo que solucionara mi problema de transporte pero entre buscar que fuera además resistente a la corrosión y suficientemente liviana, terminé con esta muy llamativa bicicleta que resultó siendo toda una “niña bonita”.
A donde fuera eran constantes las advertencias de cuidarla y cuidarme mucho porque no sólo podían robármela sino que podrían llegar a darme un golpe para llevársela. Las recomendaciones de tanta gente de no salir con ella por la noche, de no andar por calles poco transitadas y de tantos peligros acechando, me hicieron temer más de la cuenta por la bicicleta en cuestión. Me advirtieron especialmente sobre una forma de robo muy común que consiste en que van dos personas en una sola bicicleta, una de ellas se baja, te da un trancazo y se van llevándose las dos bicicletas y dejándote en el suelo.
Por las calles era frecuente recibir preguntas de muchachos interesados en saber dónde la había comprado, de qué país la había traído, y si tenía interés en venderla. Más de una vez me ofrecieron el doble de lo que me había costado. Otras veces era simplemente gente que volteaba a mirarla y comentaba del llamativo aspecto. Por las noches, la bicicleta no quedaba en el patio como sus demás vulgares congéneres, ¡no!, los vigilantes la introducían bajo techo y bajo llave, al lado del recibidor donde la tenían bien controlada según decían, por temor a que al ser vista desde algún techo vecino alguien se arriesgara a bajar y llevársela. Indudablemente esto me hacía tener especial cuidado ante cualquier sospecha de que alguien pudiera estar pensando en llevársela, de no dejarla sin llave o en lo posible no separarme de ella, al punto de resultar a veces algo incómodo.
Solía yo andar mucho recorriendo La Habana en bicicleta y pasar el día conociendo nuevos lugares pero a mi parecer el ambiente era bastante tranquilo y no representaba ningún problema incluso cuando se me hacía tarde y regresaba ya entrada la noche. Como recién llegado a La Habana recorría largas distancias paseando y me hacía recordar mi historial de pequeñas proezas realizadas en mis días jóvenes, como aquellas aventuras con los muchachos del grupo scout de ir en bicicleta a Ventanilla a unos 25 kilómetros del Callao, o de ir a pie del Callao a Ancón en una caminata de 35 kilómetros, o aquella otra hazaña de ir desde El Callao a Chosica en bicicleta, gran aventura en la que nos metimos diez muchachos, de los cuales llegamos solo ocho y cuatro de ellos tan rezagados que creímos que no iban a llegar nunca. En aquella ocasión el haber llegado en segundo lugar detrás del Chino Wong, levantó mi ego y me hizo gozar de un reconocimeinto que no había tenido antes entre los muchachos del grupo.
Uno de esos días retornando ya de noche precisamente, al parar ante la luz de un semáforo, pararon a mi lado dos bicicletas, en una de ellas iban dos personas y en la otra un solo ciclista que no dejaba de mirar mi bicicleta. Al encender la luz verde alcancé a oír que intercambiaban entre ellos algunos comentarios sobre la bicicleta, pero sin tomarlos realmente en cuenta, salí de prisa por no llegar muy tarde a mi lugar de alojamiento. Casi inmediatamente observé que los ciclistas se acercaban desde atrás por lo que decidí acelerar la marcha aún sin mayor preocupación. Sin embargo los ciclistas me volvieron a alcanzar y ahí sí las cosas cambiaron y mi preocupación fue en aumento. Cuanto yo más aceleraba más insistían en acercárseme en un esfuerzo evidente tanto de ellos como mío. Ya mis piernas empezaron a sentir el esfuerzo de la carrera emprendida y de aquellas aventuras juveniles a la hora actual en que mis piernas habían cumplido ya los 47 años, había una diferencia enorme y a pesar de mi diario entrenamiento recorriendo en promedio unos 15 a 20 kilómetros por día ya sentía que mis fuerzas me resultaban insuficientes. La situación en ese momento era de una carrera no declarada y me sentí obligado a recurrir a alguna argucia en lugar de continuar mis vanos esfuerzos por alejarme de mis perseguidores.
Decidí entonces bajar la marcha y prepararme a voltear en la siguiente esquina para tratar de tomar alguna ventaja por la sorpresa de la maniobra, y salir de dudas de si realmente me estaban persiguiendo o no. En el preciso momento en que me preparaba para la vuelta en la esquina, me da alcance uno de los ciclistas y pasando a mi lado se jacta…!Hey, puro! ¡La bicicleta es un monstruo, pero a mí ningún viejo me va a ganar!
No duden que de todas maneras giré en la esquina ya no por el susto de la persecución, sino por intentar un respiro. Un momento más tarde reinicié mi recorrido, por supuesto que a menor velocidad, aunque mi adrenalina y mis palpitaciones cardiacas no entendieron mucho eso de que había que aminorar la marcha y como si continuara la inesperada competencia siguieron corriendo por buen rato.

Mayo 1999